El Reino de Quito

Categoría: Historia

El Reino de Quito

EAlmeida

Como ningún otro tema de la historia nacional, creo yo que éste constituye el más controvertido y discutido del siglo XX. El análisis de la obra del primer historiador de lo que hoy es nuestro país, Padre Juan de Velasco, ha sido abordado por decenas de historiadores y escritores, pero siempre alineados en el bando de los que apoyan la tesis del jesuita o de aquellos que lo combatieron hasta el cansancio y lo calificaron de ingenuo y falsario.

No se trata en estas líneas de atizar el fuego de este "centenario canibalismo intelectual", sino más bien resaltar algunos puntos de vista que los considero importantes para comprender el proceso de conformación de las sociedades aborígenes andinas, de acuerdo a la investigación arqueológica contemporánea. Como se verá más adelante, algunos de los criterios expuestos por Velasco han sido demostrados científicamente.

La historia del P. Juan de Velasco, escrita a finales del siglo XVIII (1789), constituye el primer intento de un criollo, súbdito de la monarquía española, de reconstruir el pasado de la Audiencia de Quito, en la que vio la luz. Esta tarea la realizó basándose en fuentes de información oral y escrita, algunas de estas últimas perdidas. Como es conocido en el ámbito historiográfico, Juan de Velasco plantea la existencia, en el pasado pre- incaico, de una entidad política y social a la que le denominó "Reino de Quito".

Según el historiador jesuita, esta nación en su primera época estaba integrada por 34 "provincias", que en términos contemporáneos corresponden a un territorio delimitado de la siguiente manera: al norte Guayllabamba, al sur, Machachi, al este, El Quinche y al oeste, Mindo. En los contornos, existían otros "estados independientes", cuyos nombres corresponden a los señoríos étnicos o cacicazgos actualmente conocidos como: Caranquis, Panzaleos, Puruhaés, Cañaris y Paltas, Huancavilcas, Manteños y Atacames.

En una segunda época, alrededor del año 980 de nuestra era, esta matriz aborigen recibió la influencia de un grupo humano llegado por la vía del mar. Velasco identificó a esta migración marinera con el nombre de Caras, quienes arribaron a las costas de la provincia de Manabí, para luego desplazarse hacia el norte (Esmeraldas) y finalmente incursionar en el callejón interandino y ocupar lo que actualmente corresponde a la hoya de Guayllabamba.

Establecidos en este espacio, los Caras se fusionaron con los nativos Quitus y adoptaron el nombre de Shiris, siendo su máximo gobernante reconocido también con este término. Este pueblo, posteriormente, a través de alianzas familiares y conquistas logró establecer una especie de confederación tribal en la Sierra (1), que Velasco, como era costumbre desde el siglo XVI, lo denominó reino, igual que lo hicieron otros autores como Antonio de Ulloa, en su conocida obra "Viaje a la América Meridional" (2).

Entre los rasgos característicos de la cultura de los Caras, Velasco anota varias costumbres: la forma de enterrar a sus muertos, directamente en el suelo, cubriéndolos con piedras y formando un montículo de tierra llamado tola. La costumbre de "comprimir y prolongar las cabezas de los niños", adorar al sol y a la luna y hablar el idioma quichua (3).

La versión resumida en breves líneas ha sido calificada por algunos eruditos como una leyenda, carente de todo fundamento histórico y lo que es más, ha tratado de desprestigiar toda la obra de Velasco, no obstante que esta parte es solo un capítulo de su extensa recopilación.

Este planteamiento ha sido ardorosamente defendido por autores como Juan Félix Proaño, Pío Jaramillo Alvarado, Luciano Andrade Marín, y en las últimas décadas por otros historiadores, entre ellos los esposos Costales-Peñaherrera (4). Pero también ha sido combatido por la pluma de González Suárez, y Jijón y Caamaño. Este último, no obstante calificar a su relato de falso, lo llama "historiador de mérito"(5).

El principal punto de discordia en la obra de Velasco está en la reticencia de ciertos historiadores a aceptar, entre otros, los siguientes hechos:

a) Que hubo una migración de navegantes desconocidos (tal vez de Mesoamérica o del Asia) que llegaron a las costas ecuatorianas y ejercieron su influencia en los pueblos nativos;

b) La dinastía de los Shiris, como la base del control político del Reino de Quito.

c) La existencia de un ente político (llámese reino, nación, señorío o lo que fuere) en el territorio que actualmente corresponde a la región interandina.

El Reino de Quito de Velasco, con o sin unidad de gobierno, con o sin dinastía de los Shiris, corresponde a lo que la historia indígena reconoce como Señoríos étnicos, establecidos en la última etapa de la historia aborigen (800 dC a 1500), época en la que existieron numerosos pueblos que ocuparon los valles interandinos y las llanuras costaneras. Éstos, particularmente los serranos del norte, frente al peligro de la invasión inca, se cohesionaron aún más para hacer frente al expansionismo de los cuzqueños.

La investigación arqueológica realizada en el Ecuador ha demostrado la existencia de pueblos altamente organizados en el territorio que según Velasco era parte del Reino de Quito. Se ha demostrado también la existencia de decenas de concentraciones de montículos artificiales o tolas en muchos sitios del territorio ecuatoriano, incluso en períodos que van más allá del tiempo estimado por Velasco.

Tal es el caso de los montículos de Real Alto (Formativo), La Tolita (Desarrollo Regional), Milagro (Integración), y de los numerosos grupos de tolas que se encuentran en la ruta que supuestamente siguieron los Caras en dirección a los valles andinos, es decir, el noroccidente de Pichincha, literalmente poblado de montículos y plataformas rectangulares de tierra. Igualmente, los sitios con tolas y pirámides truncadas en la Sierra norte son abundantes, siendo muy conocidos los conjuntos de Cochasquí, Socapampa, Gualimán, El Chota, Zuleta, Pinsaquí, Puntiachil, etc.

Otro componente homogéneo de los constructores de tolas en la sierra, constituye la tradición alfarera asociada a esta época, compuesta por una variedad de recipientes utilitarios y ceremoniales, que Jijón y Caamaño denominó cerámica Imbabureña.

Estas evidencias demuestran que, Quitus y Caras o Caranquis tuvieron como característica el empleo de una arquitectura sencilla, a partir del uso de la tierra y la cangagua, materiales con los que construyeron obras de uso habitacional, funerario, ceremonial y agrícola. Velasco fue el primero en dar estos indicios que han sido comprobados por la arqueología y constituyen un rasgo característico del pasado aborigen del actual Ecuador.

El otro punto de discusión, la migración marinera, también ha sido motivo de interés de la arqueología moderna. Es un tema que aún se halla en investigación, no obstante lo cual existen pronunciamientos contundentes como para aceptar los contactos, si no transpacíficos, al menos en el perfil costanero de América. Así lo admite la antropóloga norteamericana Betty Meggers, quien luego de analizar materiales arqueológicos del Ecuador y compararlos con otros del área mesoaméricana afirma que las condiciones estilísticas en la cerámica y otros elementos comunes en las dos áreas son producto de contactos que debieron durar largo tiempo (6).

Este criterio también fue parte del pensamiento del antropólogo alemán Max Uhle en 1924, a propósito del origen mesoamericano de las culturas de los Andes.

En los últimos años, el tema de los desplazamientos a través del litoral Pacífico es un hecho comprobado. El caso más conocido es el intercambio de la concha spondylus, que según estudios recientes (7), llegó a puntos tan lejanos como el norte de Chile y las costas de Méjico.

Una prueba de la existencia de estas rutas de intercambio es la tumba del Señor de Sipán, curaca del norte del Perú, que fue enterrado con un importante ajuar funerario conformado de metales preciosos y por concha spondylus procedente de las costas ecuatoriales. Si estas evidencias no demuestran contactos entre pueblos de la costa pacífica de América, entonces que demuestran?.

Velasco recogió estas tradiciones y las interpretó a su manera, pero en el fondo lo que revelan son los viajes que realizaban los pueblos indígenas en etapas muy antiguas, mucho antes de la llegada de los incas y de los españoles.

De lo anteriormente expuesto, se puede aceptar que el denominado Reino de Quito corresponde a los señoríos étnicos o cacicazgos que poblaron el antiguo Ecuador, a partir del año 800 dC (8). Estas unidades territoriales particularizan su pertenencia a un mismo modelo de organización, cuando comprobamos que en un amplio espacio de la Sierra norte se encuentran centenares de obras trabajadas en tierra y cangagua, que constituyen la prueba más evidente del nivel de desarrollo que alcanzó esta sociedad cacical.

Las grandes plataformas ceremoniales como las de Cochasquí o Puntiachil, no fueron construcciones llevadas a cabo por iniciativas individuales o familiares, sino más bien por la aplicación de un sistema de gobierno, que tenía sus centros de poder en los agrupamientos de montículos artificiales.

Para mantener a una población dedicada a levantar estas construcciones se requería de óptimos sistemas agrícolas, que permitieran producir no solo para los campesinos o para la clase dirigente, sino también para la numerosa mano de obra ocupada en materializar una tradición arquitectónica con fines ceremoniales y políticos. Esta finalidad la lograron, con la aplicación de sistemas de cultivo intensivos, como fueron el uso de terrazas agrícolas, sembradíos en plataformas elevadas o camellones y aprovechamiento del agua por medio de albarradas y canales.

Por supuesto que a estos conocimientos no llegó Juan de Velasco, pero al menos intentó reconstruir una historia recopilando sucesos de diferentes épocas, que a la postre sirvieron como cimiento de legitimidad a la hora de fundar la república en el siglo XIX.

Con toda seguridad que en el futuro aparecerán nuevas voces que intenten eliminar de la historiografía nacional a la obra de Juan de Velasco. Personalmente considero que en esas circunstancias, será importante no hacer coro y más bien advertir que si se trata de evaluar al historiador riobambeño, habrá que tomar con objetividad aquello que tenga respaldo histórico y arqueológico. Lo demás, sin duda hay que descartarlo como conocimiento histórico y dejarlo como lo que es, "conjeturas sin fundamento".

Referencias bibliográficas

  • Velasco, Juan de. Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Historia Antigua, Tomo II, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, pp. 81 y ss.
  • Ulloa, Antonio de. Viaje a América Meridional. Edición de Andrés Saumell, historia 16, Tomo A, 1990, pp. 570, 571.
  • Velasco, Juan de. Historia del Reino de Quito, Ob. Cit.
  • Costales, Alfredo y Piedad Costales. El Reino de Quito. Abya-Yala - CEDECO, Quito, 1992.
  • Jijón y Caamaño, Jacinto. Antropología Prehispánica del Ecuador, Museo Jacinto Jijón y Caamaño, Universidad Católica, Quito, 1997.
  • Meggers, Betty. "Conexiones y convergencias culturales entre América del Norte y América del Sur". En: Problemas Culturales de América precolombina, Gordon F. Ekholm y otros, editores, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1976.
  • Marcos, Jorge. "El mullu y el pututo. La articulación de la ideología y el tráfico a larga distancia en la formación del estado Huancavilca". En: Primer encuentro de investigadores de la costa ecuatoriana en Europa. Abya- Yala, Quito, 1995.
  • Almeida Reyes, Eduardo. Culturas Prehispánicas del Ecuador. Chasquiñan, Quito, 2001

FOTOGRAFÍAS SUGERIDAS:

  • Plataforma artificial o tola, ubicada en la zona noroccidental de la provincia de Pichincha.
  •  Corona de cobre de la cultura Puruhá, Símbolo de la autoridad de un Cacique (colección del Museo del banco Central del Ecuador)
  •  Sitio arqueológico "Metrópoli". Aldea pre incaica ubicada en el área urbana de la ciudad de Quito.

Texto y fotografía:

Eduardo Almeida Reyes