Petroglifo de Lumbaqui

Categoría: Historia

EAlmeida"Tengamos en cuenta que algunos glifos obedecen a un impacto del mundo sobre el hombre: de otra manera no hubieran sido concebidos; es una respuesta a su medio ambiente. Todas las acciones humanas, especialmente el arte, brotan de un marco filosófico de referencia, un récord psíquico; una reflexión síquica de su mundo visual. Y no se venga a repetir esas frases de cajón como que el arte primitivo es arbitrario, caótico. Es un arte sin fronteras, de absoluta libertad y dirección; un mundo de relación no interrumpida, en el que lo sagrado es inseparable de lo profano".

Porras Garcés, Pedro. Arte Rupestre del Alto Napo-Valle de Misaguallí- Ecuador. Artes Gráficas Señal, Quito, p. 174.

Desde la época de los cazadores-recolectores del período paleoindio (11 000 a.C.), el hombre utilizó su hábitat como fuente de aprovisionamiento de medios de subsistencia y como soporte de sus prácticas culturales. Estableció en el paisaje puntos de referencia para identificar el nacimiento y ocaso del sol, construyó senderos para acceder a determinados recursos de valor ceremonial, e incluso grabó en la superficie de las rocas aquellos símbolos de sus creencias. Los vestigios del arte antiguo grabados en piedra se conocen con el nombre de petroglifos, y han sido registrados por la arqueología en todo el planeta.

En el Ecuador, la región que contiene el más grande testimonio de arte en piedra se encuentra en la amazonia y quién estudió con profundidad este testimonio prehispánico es P. Porras Garcés. Las rocas grabadas son numerosas, más de cien, en los valles de Quijos y Misaguallí. También existen en las provincias vecinas, como la de Sucumbíos, en la que identifiqué dos petroglifos en las cercanías de la población de Lumbaqui, durante el proyecto de rescate arqueológico en el derecho de vía del Oleoducto de Crudos Pesados.

Uno de los petroglifos se encuentra en los terrenos de la Cooperativa Foderuma, a unos 4 km antes de la población de Lumbaqui. Se atraviesa una guardarraya de aproximadamente dos km, y luego un sendero de 600 m hasta encontrar un río, en cuyas cercanías se encuentra el sitio.

Se trata de una roca de 14 m de largo por 10 m de ancho y 4 m de altura. En la superficie inclinada, se aprecian 18 grabados con figuras zoomorfas, antropomorfas y geométricas. Los diseños están hechos mediante un surco (bajo relieve) de aproximadamente 2 cm de ancho por 1 cm de profundidad. Los diseños son de estilo "contorno cerrado" y "figurativo", que a criterio de P. Porras, pertenecen a las etapas de Desarrollo Regional e Integración, respectivamente. Las figuras representadas son estilizaciones de elementos del bosque tropical, como la serpiente, el mono y la figura humana. La interpretación de esta clase de vestigio arqueológico es enigmática, no solo por la falta de estudios, cuanto porque el simbolismo que encierran está lejos de ser comprendido por los esquemas mentales de la sociedad actual. Sin embargo, el dato concreto revela que se trata de creaciones realizadas exprofesamente para comunicar algún tipo de código cultural relacionado con creencias religiosas o mágicas. No son, como a veces se cree, la materialización de un acto mecánico y anáquico. Por el contrario, demuestran el conocimiento de una técnica de elaboración, y los motivos extraídos de la fauna o flora, siempre están asociados a la figura humana.

Los grabados, por efecto de los agentes naturales, como la lluvia y la acción de musgos y líquenes, están en proceso de perderse. Su conservación, igual que otra clase de bienes del Patrimonio Cultural, dependerá de las acciones de protección que se implementen.

Texto y fotografía:

Eduardo Almeida Reyes